Maria Marimacha [Cuento]
MARIA MARIMACHA
─¡Si vas a bañarte al rÃo, chitándote de la escuela, vas a acabar metido en una olla! ─ Era la advertencia más cruel que podÃan hacerle al placer de remojarse en las cristalinas aguas del rÃo Mariño durante los meses de octubre, noviembre y diciembre en los que el calor quema hasta ponerte negra la piel de la nuca y completamente rojas las orejas.Al calor del fogón y a la luz de una luna que tÃmidamente se asomaba por un costado de la ventana de la cocina, una noche la abuela, con voz de espanto y de vieja que sabÃa lo que decÃa, nos contó la historia de MarÃa Marimacha.
─ Un dÃa la familia RodrÃguez, que vivÃa frente al horno de la calle que va a rÃo, porque tenÃan necesidad de contar con una mucama pusieron un aviso en su puerta, escrito en papel de cuaderno y con las letras rojas de un lápiz gordo: “SE NECESITA MUCHACHA CON CAMA ADENTRO”, esto querÃa decir que necesitaban una empleada doméstica para que atendiera la cocina, lavanderÃa y el aseo del hogar, además de vivir en la casa.
─ ¡Yyyyyyyyy! ─ Con este curioso y angustioso grito forzábamos a la abuela para que avance en su historia.
─ Al cuarto dÃa de la publicación de ese aviso, se apareció una muchacha con un rostro que no tenÃan las muchachas de este pueblo. Era muy seria y callada, pero bastante aseada. DecÃa haber trabajado en el Cusco, Puno, Arequipa y Ayacucho y que se encontraba en ese pueblo porque su padre, habÃa sido contratado como maestro de obra, para construir la fachada de una rica una iglesia que por esos tiempos se levantaba en la provincia de Grau, y que en seis u ocho meses, cuando acabará la obra, se irÃan otra vez a vivir a Arequipa donde su familia era conocida como grandes maestros del tallado en piedra sillar. La dueña de la casa pensó para sus adentros: “No hay duda que eres hija de picapedreros porque tiene la cara y la mirada de pura piedra”.
─ ¡Yyyyyyyyy! ─ Volvimos a gritar.
─ La contrato, y al cabo de dos semanas la dueña de la casa vio que la muchacha era muy diligente en todo lo que hacÃa, pero sobretodo sabÃa cocinar potajes muy sabrosos, pero además lavaba impecablemente la ropa y limpiaba con mucho esmero toda la casa. Con esta gran ayuda la señora pudo por fin dedicarse casi exclusivamente a atender el bazar que tenÃa en la calle principal del pueblo.
─ ¡Yyyyyyyyy abuelita!
─ Después de un tiempo los dueños de aquella casa le confiaron los gastos del mercado, de la panaderÃa, las compras del forraje para los cuyes y de todos aquellos vÃveres que de puerta en puerta vendÃan las campesinas del lugar; dando cuenta a satisfacción de todos los gastos que hacÃa.
─ Abuelita y cuántos vivÃan en aquella casa ─ preguntó la curiosa Ana. A lo que la abuela respondió con otra pregunta. ─¿Cuántos vivimos en esta casa?
─ Tú abuelita, mi mama, mi papa, yo y mis ocho hermanos, el abuelito, pero también vienen a comer todos los dÃas la señora costurera y la chica que ayuda en el bazar, y de vez en cuando el peón que cuida la chacra con su esposa y sus hijitos ─ respondió la niña.
─ También ellos eran muchas personas y por eso los gastos de la comida eran muy altos, pero a pesar de la apretada cantidad que le asignaban para los gastos del mercado, la sabrosa comida que preparaba MarÃa Marimacha era abundante, sobre todo en carne y menudencias, lo que era confirmaba la poca honestidad de las anteriores empleadas.
─ ¡Yyyyyyyyy abuelita!
─ De repente, como de la noche a la mañana, comenzaron a sentirse ruidos dentro de la casa y algunos de los niños creyeron ver sombras y pequeños bultos que trajinaban por la casa especialmente en el patio donde estaba el cuarto de MarÃa Marimacha. Más adelante comenzaron a caer por si solas y con gran ruido los floreros, las azucareras, las ollas, los cuadros de las paredes. Todos creyeron que eran por culpa de las almitas de los niños que se escapaban de la escuela para irse a bañar al rÃo Mariño, y no se sabÃa porque comenzaron a ahogarse sin que sus cuerpecitos jamás sean hallados. Los ancianos del pueblo solÃan decir con el desdén de los que mucho conocen: “Casi nunca el rÃo devuelve a los muertos, solo el mar es el que los bota”
─¡Yyyyyyyyy abuelita!
─ Pasado un tiempo por las noches comenzaron a oÃrse algunos extraños ruidos como el murmullo de un doloroso coro infantil que hacÃa soltar a los gatos un pavoroso maullido de espanto, y si los gatos que no le tienen miedo a nada, se espantaban, la cosa era ya bastante seria para ser el manso penar de unos niños que se ahogaron y que tan solo estaban recogiendo sus pasos por los lugares de la casa que conocieron como visita o amistad de uno de los hijos de los dueños. La cosa era más que extraña, muy extraña.
─¡Yyyyyyyyy abuelita!
─Hasta el 02 de noviembre, que es cuando todo el pueblo concurre al cementerio para llevar las flores y asear las tumba de sus parientes por ser dÃa de los muertos. Luego que la familia terminará de almorzar en la fiesta que se arma en la puerta del cementerio, enviaron a los chicos a la casa porque los adultos debÃan brindar los licores que se venden en esa ocasión con los otros vecinos y deudos. SerÃa las ocho de la noche cuando volvieron del cementerio, encontrándose con la sorpresa de encontrar a todos los menudos habitantes de la casa, regados por la calle y espantados de miedo.
─¡Yyyyyyyyy abuelita!
─ ¿Qué pasa. ¡Qué está pasando!─ preguntó el padre. ─¡Papá! ─explico la hermana mayor.
─Cuando llegamos del cementerio, todo estaba en orden, pero apenas se puso el sol y comenzó la noche, todos los perros de cuadra aullaron sin cesar y los gatos subidos en los tejados maullaron imitando el llanto de las inconsolables viudas, hasta que vimos pasar por el patio hacÃa el cuarto de MarÃa Marimacha un grupo de hombrecitos sin rostro que golpeaban con fuerza la puerta y pedÃan con gritos lastimeros: ¡MarÃa Marimaaaaacha, devuélveme mis carneciiiiitas! ¡MarÃa Marimaaaaacha, devuélveme mis tripiiiiitas! ¡MarÃa Marimaaaaacha, devuélveme mi corazonciiiiito! ¡MarÃa Marimaaaaacha, devuélveme mis huesiiiiitos! Hasta que la MarÃa salió de su cuarto como alma que se lleva el diablo, y nosotros tras de ella, sin embargo ella siguió corriendo con dirección al rÃo, mientras nosotros decidimos esperarles a ustedes en la puerta de la casa.
─¡Yyyyyyyyy abuelita!
─ Al dÃa siguiente sobre la piedra grande que usan los muchachos para lanzarse a la poza del rió encontraros las ropas, las manos, los pies y las calaveras de hasta seis chitasjas , que recogió la policÃa, mientras el cura echaba agua bendita a todos los lugares de la casa para aplacar las almas de aquellas criaturas.
─¿Y la MarÃa Marimacha abuelita?
─ Nunca más se supo de ella, desapareció como habÃa aparecido. La Guardia Civil jamás dio con el templo que supuestamente se construÃa con una fachada de sillar en la provincia de Grau. Ya durante la misa que se hizo para sepultar los restos de los santos inocentes, el señor cura explicó a la feligresÃa que precisamente, desde muchos jornadas antes del dÃa de los muertos, los chitasjas habÃan vuelto del más allá a reclamarle a la MarÃa Marimacha, para que les devuelva la parte de sus cuerpos que ella habÃa cortado después de matarlos, aprovechando que estaban solos y sin ningún amparo en la poza de aquel rÃo, porque como bautizados en la santa iglesia católica, estos debÃan estar completos para el juicio final.
─¿Y la MarÃa Marimacha abuelita? ─Volvimos a preguntar.
─ Como las autoridades no la encontraron, muchos sospechan que es un demonio que con otro rostro y otro nombre anda metida en alguna otra casa, esperando en algún rÃo a los chitasjas que en horas de clases van a nadar, para hacer con sus carnes y menudencias las ricas comidas que ella cocina.
Fuente: Cuentos para Ccoros
Escrito por: Ciro Victor Palomino Dongo
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